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jueves, 18 de febrero de 2016


Al llegar a los peldaños por los que se bajaba hasta la playa encontraron a un
caballero que se preparaba en ese momento a bajar y que cortésmente se retiró
para cederles el paso. Subieron y lo dejaron atrás. Mas, al pasar, Ana observó
sus ojos, que la miraron con cierta respetuosa admiración, a la cual no fue ella
insensible.
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Sir Walter no podía soportar la humillación de que se supiese su decisión de
abandonar su casa. Una vez el señor Shepherd pronunció -la palabra “anuncio”,
pero nunca más osó repetirla. Sir Walter abominaba de la idea de ofrecer su
casa en cualquier forma que fuese y prohibió terminantemente que se insinuase
que tenía tal propósito; sólo en el caso de que Kellynch Hall fuese solicitada por
algún pretendiente excepcional que aceptase las condiciones de Sir Walter y
como un gran favor, consentiría en dejarla.
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lunes, 18 de mayo de 2015


Sabía, desde muy joven, que en el caso de no tener ningún hermano, seria
William el futuro baronet, y creyó que se casaría con él, creencia siempre
compartida con su padre. No lo conocieron de niño, pero en cuanto murió Lady
Elliot, Sir Walter entabló relación con él, y aunque sus insinuaciones fueron
acogidas sin ningún entusiasmo, siguió persiguiéndolo y atribuyendo su
indiferencia a la timidez propia de la juventud. En una de sus excursiones
primaverales a Londres, y cuando Isabel estaba en todo su esplendor, el joven
Elliot se vio forzado a la presentación.
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El señor de Kellynch Hall en Somersetshire, Sir Walter Elliot, era un hombre
que no hallaba entretención en la lectura salvo que se tratase de la Crónica de
los baronets. Con ese libro hacía llevaderas sus horas de ocio y se sentía
consolado en las de abatimiento. Su alma desbordaba admiración y respeto al
detenerse en lo poco que quedaba de los antiguos privilegios, y cualquier sensación
desagradable surgida de las trivialidades de la vida doméstica se le
convertía en lástima y desprecio.
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